El español, segundo idioma más hablado en el mundo es muy rico y bello. Entonces ¿por qué no aprovecharlo para sumergirnos en las profundidades de los diccionarios que están olvidados en algún perdido estante? Así no solo se podrá mejorar la ortografía, también permitirá un mejor entendimiento que, desde la incursión de la tecnología está destrozada y además deformada por el intento de ajustarla para gusto de un tercer género que erróneamente se siente discriminado.
Porque en definitiva deja al descubierto la forma que uno tiene para dirigirse a los demás y es parte de la propia identidad que al expresarse, no hace más que exhibir su sello, cultura, ignorancia o su habilidad.
Es simplemente la diferencia entre un haiga y un haya.